Retorno

Un día desperté con es impulso que da cuando tu cuerpo está listo para moverse. No vi nada, el sol me tenía cegada, y empece a enfocar las palmeras, no escuché más sonido que el de las olas del mar aventando su brisa a mi cara. No había voces de nadie, no había reclamos, no había miedo, inseguridades, preocupaciones, no había fecha, hora, tiempo o compromiso; solo estaba yo en silencio conviviendo conmigo. 

¿Hace cuánto que no me dedicaba ese momento en silencio, en contemplación conmigo? No lo recuerdo, ni siquiera estoy segura de que alguna vez lo haya hecho a consciencia. Sin esconderme en ningún personaje creado en mi mente o en algún ideal de las personas que consideraba cercana a mi, sin miedo a enfrenarme a lo que soy como ese saco de carne y huesos que solo estaba tirada en un punto de algún lugar, pensando qué en algún momento el universo habría de exigirle algo, pero lo cierto es que no importaba y que ahora andaba en la incertidumbre de la libertad. La libertad que todos anhelan y que es un trampa, ¿qué hacer con esa libertad? ¿a dónde ir? SOLOS. 

No hay nada, no hay dinosaurios, no hay ballenas, no hay pingüinos y no hay letras, no hay personajes de ficción en las metáforas que creaba para  alguien más y que ahora solo son para mí. No hay nada y se siente un confort como cuando enfrentas tus miedos al límite, sofocante con el poco aire que queda a tu alrededor y creyendo que tus sesos saldrán volando como si te hubieran disparado, solo así me di cuenta que había llegado al lugar más bello del mundo, en una playa con el sonido del mar y el sol abrazador. Tan simple. 



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