¿A quién le mentimos?
¿A quién le mentimos?
Todas las mentiras son
excusas, ninguna justifica la situación, la verdad duele y mucho, tiene un
sabor tan dulce que muy pocos lo soportan, se empalagan y lo dejan, se les
revuelve el estómago y vomitan.
Muy pocas personas
soportan la verdad, la soportamos por tiempos, la soportamos a veces cuando ya
no tememos que las cosas salgan peor, cuando ya no hay nada por perder, cuando
sospechamos que la felicidad puede ser un concepto tan frágil que preferimos
romperlo no por prudencia sino por miedo a esa existencia real de las cosas.
¿Qué es verdaderamente
real?
¿Es real aquella cena
bajo la luna? ¿Esa sonrisa de confianza? ¿Ese saludo con un abrazo? ¿Esa
intimidad de los secretos? ¿Es buscar el bien del otro antes del nuestro?
Me estoy destruyendo
gustosamente entre verdades de gente que no conozco, solo para poder
demostrarme que el apego es una limitante para ser una persona libre, que la
verdad existe tan retorcida entre algunas ocasiones que no deja de ser real,
que las intenciones buenas también son malas en muchas ocasiones, que hay
momentos en los que gritamos palabras tan fuertes y personales que no importa
que hayan sido segundos los que fueron reales, y que el amor es un concepto
social que se repite de cama en cama.
Qué los besos se esconden debajo de la mesa, y
que el alcohol no cambia ni sinceriza a las personas, pero como fastidia
después de un rato. Y es que nadie te dice que la confianza se desgasta, los
sentimientos aumentan y la sensibilidad se apaga y de la nada comienzan a surgir
preguntas que te hacen cuestionar cómo es posible que la gente te mienta más
veces de lo que tu mientes.
¿Y si las cosas fueran
simples? ¿Y si no tuviera que hablar con otra chica después de conocerte? ¿Y si
no tuviera que hacer tu maldito trabajo? ¿Si no tuviera que conocerte en otra
situación? ¿Sino me valiera tanto las trivialidades de diversión que me han
acaparado?
Creo que al final, en sí,
nos mentimos a nosotros por miedo.
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