Sobre el camino
Para darme cuenta que no existe
la importancia de un sentimiento a futuro incierto porque me debilita a momento
de dudas y comparaciones absurdas que me enseñaron hacer en su momento.
No necesito creer que las cosas
las debo de demostrar a los demás y pensar que cada paso que dé debe de ser
demostrado ante un proceso de plena y completa reflexión cómo si en algún
momento me subestimara, no, en realidad, necesito creer que esto que te digo es
real y me quiero creer porque al final de todo solo estaré yo.
Veo esos mensajes anteriores que
me hacían desmoronarme en micropartículas con palabras tan necias y mis oídos tan
tontos que no eran suficientes para enfrentarme a la realidad y que me cerraban
a aferrarme a momentos que sabía muy dentro de mí que jamás se volverían a
repetir.
Olvide muchas cosas importantes
por darle prioridad a otras tantas, inclusive deje de hacer cosas que eran mis
favoritas y ahora solo me quedo escribiendo detrás de una pantalla
reflexionando que esa fuerza que me ha mantenido tantas veces en un solo camino
como un acto de fe, por alocado que esto suene, solo era una parte que vive en mí
y que ahora tiene que morir.
Si, sino fuera por aquellas
palabras que me hicieron darme cuenta del cambio que estaba evitando, no me
tardaría más pero el proceso tal vez sería más doloroso.
Nuestro cuerpo a cada penetración
es revolucionado, pero es ahí donde nos damos cuenta a dónde queremos ir, y
bajo que peligros nos mostramos valientes. El irse de un lugar puede ser el
acto más cobarde de nuestra vida, así como también el más valiente. El problema
es que nos cegamos ante la desesperación intimidante de sentir ese sufrimiento
que tanto hemos querido evitar.
Huimos muchas veces de la verdad,
de una verdad que nunca deseamos y que solo nos prueba que todo sigue, que nada
se detiene, que nuestros sentimientos pueden sobrevivir como soldados en guerra
o morir como flores al invierno, miedo de conocer nuestro lado más oscuro y
perder lo poco o mucho que tenemos, miedo a saber que todo esto era un sueño,
que nos controlan y que no somos capaces de manejar nuestra propia vida.
Yo estoy huyendo aún de darme
cuenta que mis soldados ya no son tan fuertes y que no llegaran a este nuevo
invierno, ya cansados se van deteniendo ante un tornado que puede llevarse todo
y me pregunto: ¿Para qué huir de algo que me va alcanzar?
Cuando era pequeña y tenía
pesadillas, el miedo llegaba a mi garganta y mis ojos como una forma de querer
pausar esa catástrofe mental, me plantaba y me preguntaba después de todo “¿Qué
más puede pasar?” y sobrevivía a aquellas pesadillas. Ahora que crecí me doy
cuenta que esa pequeña niña se avergonzaría al decir que he olvidado esa
pregunta y que estoy huyendo y terminando de esto.
Es por eso que ahora respeto esa
niña, esa frase, y tal vez esos momentos que nos detienen a hacer revolución en
nuestro cuerpo.
Comentarios
Publicar un comentario